"Este documento
fue encontrado por mí en un grupo de papeles entre los que habría sido mejor no
mirar. Parece ser o bien la obra de una imaginación horriblemente perturbada o
una serie de extrañas desdichas. Procedo a transcribir el texto íntegramente."
No termino de
comprender los motivos que me impulsan a relatar esta historia, puede que sea
el miedo, el terror o incluso según me aseguró un amigo hace poco, puede que el
amor. Miedo porque sé que lo que voy a hacer traerá consecuencias catastróficas
y garrafales no solo a mí, sino también a otras personas inocentes. Terror,
puede que incluso amor dirigido hacia la paciente 259 del hospital mental “Fuentes Manantiales”.
Ella, la paciente
259. La paciente, la paciente, la paciente. El simple hecho de recordar lo que
pasó me perturba insana y profundamente hasta llegar a los más oscuros
recovecos de mi alma. Ella, la paciente 259, quien está recluida en una celda
acolchada mientras escribo esto.
La conocí en mi
lugar de trabajo. Recuerdo que ese día despertó siendo agradable y cálido, pero
para cuando me tocó el turno de visitarla el clima cambió drásticamente de
temperamento hasta que el cielo se nubló y estalló una tormenta eléctrica. El
sol y el calor habían sido violenta y brutalmente silenciados, como si les
hubieran amordazado.
El frío comenzaba a
hacerse presente y a morder cada parte desprotegida de mi cuerpo mientras
arrastraba el carrito de las medicinas por los pasillos. Iluminado por las
luces intermitentes de los rayos junto al sonido de los relámpagos y el agua
viajando por los canalones del edificio. Lo que se unía a la oscuridad
provocada por un corte del suministro eléctrico.
El día se prestaba
a estimular la imaginación. Un juego al que me negué profundamente. No es que
no conozca historias de fantasmas o libros, es que soy una persona de las que
nunca ha creído en el engaño de la fantasía. Normalmente los cuentos de viejas
son o bien racionalmente explicables o las invenciones de cualquier
personajillo deseoso de protagonismo.
Al mismo tiempo que
escuchaba la sinfonía creada por el repiqueteo de mis pisadas y las ruedas
chirriantes del carrito contemplaba a oscuras como las sombras se proyectaban
largamente en cada descarga eléctrica sobre el cielo, casi reptando por las
decrépitas paredes del hospital.
En esos momentos mi
mente estaba sumergida en mis pensamientos. Había entrado a trabajar en el
asilo mental hace cosa de tres escasos meses en los que me había aprendido de
memoria la laberíntica distribución de pasillos, salas y habitaciones. Habitaciones
que en su mayoría estaban vacías o bien, como la caldera, escacharradas y sin
poder acceder a ellas desde hace años.
Todo era antiguo
y/o polvoriento en el psiquiátrico Fuentes Manantiales. Incluso los gritos y
murmullos frenéticos y repetitivos hace tiempo comenzaron a llenarse de polvo. Todo
lo que se encontraba ahí se arrastraba entre el polvo y la memoria.
Como enfermero
interno de guardia mi trabajo en el fondo era cobrar por vivir en Fuentes
Manantiales cuidando más o menos bien a los enfermos. El sueldo no es que fuera
mucho y tampoco iba a desvivirme por algo que ni me iba ni me venía.
La primera cosa que
te dicen cuando eres contratado para un puesto de estos es algo en la línea de:
<<Nunca y bajo ningún concepto intimes con los pacientes. Si tienes que
sacarles sangre se la sacas, si tienes que hacer algo que va contra tu ética,
lo haces igualmente. Y si no te crees capaz de aceptar esto te vas por donde
has venido>>. Era por así decirlo la regla de oro si quieres poder ser
humano fuera del trabajo y no preocuparte innecesariamente.
No tengo la más
remota idea de por qué acabe rompiendo la regla dorada. La he intentado
averiguar, pero aún hoy no logro explicármelo completamente. Supongo que hay
cosas que en el fondo escapan a la razón.
Cuando termine el
recorrido y llegue empujando mi carrito a la habitación 259, me detuve unos
segundos. Estaba buscando mi lista de pacientes. En ella suele aparecer el
nombre del paciente junto a su historial clínico y una foto.
Me llevo un par de
minutos leer en penumbra y con la única iluminación de la tormenta la ficha de
la paciente en cuestión. Los datos que proporcionaban eran escasos, no se
especificaban enfermedades, ni antecedentes clínicos, ni si quiera contaba con
alérgenos. Nada de nombres o distintivos. Solo una foto tamaño carnet adherida
con un cacho de esparadrapo a medio despegar
La paciente
aparecía retratada sonriente, con un pelo rubio que ondulaba mientras flotaba
calmadamente en el aire. Ofrecía a la cámara un rostro decorado con una sonrisa
que ensanchaba sus labios y hacía chispear sus ojos azules. El retrato permitía
ver la camiseta blanca que llevaba ese día hasta donde llegaba su cabello rubio
y ondulado acariciando sus hombros.
En el momento en el
que entre a la habitación y cerré tras de mí la puerta dejando a un lado el
carrito me percaté de que la paciente 259 parecía otra persona ahora que estaba
recluida en esa celda. Ahora su melena se encontraba apelmazada, sucia y lacia
por la acción del sudor junto la falta de cuidados. Su cara había sufrido
cierto efecto de succión, tenía las mejillas rebajadas y los pómulos marcados.
Los restos de llantos antiguos surcaban su rostro. La mirada que entregaba al
vacío estaba hueca, era como si el mundo la contemplará en lugar de ella
contemplar al mundo. Seguía llevando una camiseta blanca, pero esta era de
fuerza y cubierta de manchas que le daban una coloración grisácea. No llevaba
zapatos y debía estar pasando bastante frío recogida sobre sí misma en una
esquina cuando pasé. La temperatura era tal que las respiraciones se
transformaban en vaho apenas salían fuera de la boca.
Pensé que mi
presencia la asustaría pero no, al contrario que con el resto de enfermos ella
simplemente siguió firme en su posición tiritando debido a la temperatura
glacial. Por mi cuanto mejor, me ahorraba buscarla por una minúscula habitación
de diez metros cuadrados. Me acerque a ella cogiendo un botecito de cristal
opaco con medicinas dentro.
Cuando llegué a su
altura le retiré el pelo de la cara y le introduje sin dificultad alguna una
pastilla azul en su boca mientras me miraba absorta. Esa mirada perdida en el
horizonte se clavaba en mí al mismo tiempo que me traspasaba. Me traspasaba a
tal nivel que por poco no me doy cuenta de que no se había tragado la pastilla.
La escupió.
Nada podía ser
realmente bueno así que cogí otra pastilla del bote, me guarde la píldora del
suelo en un bolsillo interior de mi bata y repetí la operación de introducción
de medicamento. Esta vez volví a abrirle la boca y se la cerré. Nada. No hizo
amagos de tragar la pastilla mientras yo cerraba su boca con mi mano.
Liberé su boca y
volvió a expulsar la pastilla envuelta en un baño de saliva. Fue entonces
cuando comenzó a contarme porque estaba allí, fue entonces cuando rompí la
regla de oro.
No estoy seguro de
que lo que me contará sea cierto, ni si quiera de que deba escribirlo aquí,
pero es su historia.
Según parece el
desencadenante de sus problemas y por los que dio a parar con sus huesos en esa
celda acolchada hizo acto de presencia cuando ella contaba con ocho años de
edad más o menos. Por lo visto era una niña bastante normal, siempre y cuando
para ti la niña modelo de ideal sea normal.
Obediente, de
exquisitos modales, capaz de leer y escribir como el mejor de los escritores a
su cota edad. De rostro angelical y cabellos rubios que descendían como bajados
del cielo. Colaboraba en la casa y era agradable además de simpática. De hecho
era normal verla volar de la biblioteca de la casa familiar hasta la cocina o
el patio donde jugaba con sus muñecas solitariamente ataviada con vestiditos de
los más finos encajes.
Por vicisitudes de
la vida quiso el destino que la tragedia golpeará su vida idealizada una noche
de su jovencísima vida. Fueron esos hechos mismos los que la hicieron más
introvertida y retraída de por sí. Si antes no tenía casi amigos con los que
jugar y sus únicos compañeros de juego eran sus peluches y muñecas desde que
eso paso se volvía una ermitaña en miniatura.
El drama se centra
en una noche oscura y cerrada, una noche en la que las sombras se cernían sobre
la luna y la residencia de la que fuera la paciente 259. Con el toque de la
medianoche y los susurros y cuentos de buenas noches se desató la sangre. Es
inimaginable el alcance que pudo tener para niña lo que vio aquella noche.
Tuvo que soportar
ver como unos desconocidos robaban la vida de sus padres ensañándose
especialmente con la figura paterna. Aunque ella no menciono la forma en la que
los asesinaron pude intuir por los gestos que hacía con las manos mientras
hablaba que habían usado un cuchillo.
De forma que su
padre debía de acabar hecho poco más que girones de lo que antes fueron carne,
el filo metálico mordía intensamente la carne del padre sin querer soltar a su
presa. Nadie sabe la profundidad que alcanzaron esos cortes de tal manera que
al tercero el padre yacía inerte en el suelo con restos de carne colgado. Su
cuello había prácticamente explotado en un estallido de carmesí al tacto del
cuchillo.
Los cortes no
habían sido certeros, de hecho habían sido hechos por una mano con poco tacto
para cortar carne. Dejaban entre ver casi la totalidad del músculo y algunos
casos del esqueleto teñido de rojo por la sangre. Algunas venas habían sido
seccionadas mientras hurgaban con el cuchillo en el cadáver y parecían gusanos
retorcidos en el suelo rojo.
Parece que la madre
tuvo más suerte, a ella simplemente la asfixiaron o le rompieron el cuello. No
me quedo muy claro debido a que cuando se refirió a ella simplemente se llevo
las manos al cuello y apretó.
Es en esta parte
cuando lo que ya de por sí parece macabro y extraño, se torna rimbombante y
chirriante con los límites de la realidad. Si lo anterior parece irreal esto se
puede adjudicar a la imaginación psicótica que la condujo al psiquiátrico.
Al día siguiente
cuando el sol filtraba sus rayos entre las cortinas y las persianas a medio
bajar la niña debió de quedarse petrificada. No había dormido en toda la noche
y estaba sentada en una silla del comedor cuando sonó el despertador que
debería haber despertado a sus padres.
No puedo albergar
en mi mente el rostro descompuesto que puso cuando se percato de lo que había
pasado. Y menos aún soy capaz de saber que le impulsó a hacer lo que hizo. Una
persona normal pediría auxilio a quien pudiera, pero ella no lo hizo. Se limito
a pasar el primer día sentada y sin comer en la misma silla del comedor en la
que amaneció con la única compañía de la soledad y el olor de la muerte.
Al segundo día y
contra todo pronóstico algo le hizo reaccionar. Muchas incógnitas agolpean mi
mente cuando intento averiguar qué es lo que la impulsó a recoger lo que antes
había sido su padre y meter su cuerpo inerte en una bolsa de basura, bajarla y
tirarla al contenedor con un ruido sordo de culpabilidad como si nada hubiera
pasado.
Como siempre la
realidad supera a la ficción y cada hora que pasaba en la vida de 259 era más
rocambolesca y enfermiza que la anterior. Puede que por eso mismo esa rareza se
le contagiara y se saliese de los esquemas tradicionales.
Decidió continuar
su vida sin sus padres. Contrariamente a lo que sería lógico pensar, la niña
siguió más estrictamente aún si cabe las reglas establecidas. No salía bajo
ningún concepto fuera a casa salvo para ir al colegio y comprar algo de pan con
el dinero que le quedaba a su madre en el bolso.
Tenía a su propia
madre sentada en el sofá de casa y ella misma le cambiaba la ropa cada día
además de prepararle un desayuno que le dejaba enfriar antes de ir ella sola al
colegio. Su madre estaba muerta, pero a fin de cuentas le quedaba el cadáver de
su madre que vestía y olía como su madre. Cuando no podía dormir apoyaba su
cabeza sobre su regazo y hacía que la mano de su madre la arropase.
El tiempo pasó y la
madre también paso de ser una figura similar a la mujer que antaño fue a ser un
cuerpo en descomposición con los olores que eso acarrea. El caos y los gusanos
no tardaron en hacer su puesta en escena y los vecinos acabaron oliendo los
hedores de la muerte.
Unos hedores que
reptaron irrealmente hasta sus casas y llamarón a su puerta hasta el punto de
no poder ignorar lo que ocurría en su propio vecindario.
De modo que en
pijama, bata o camisón de noche se presentaron una noche en la puerta de la
casa de la paciente 259. Ella les abrió con la sonrisa acostumbrada de cortesía
que había aprendido a impostar con el paso de las semanas. Pero ni todas las
sonrisas del mundo podrían haber parado el proceso de descomposición que
ocurría en su propia casa. Desesperada 259 cogió un cuchillo de cocina y se
abalanzo con su vecina del quinto intento matarla y consiguiendo únicamente
herirla de gravedad.
El resto de la
historia se puede imaginar, la joven chiquilla fue arrancada de su hogar y los
vecinos lejos de ofrecerle consuelo prácticamente la llevaron a rastras al
hospital mental donde se encontraba en ese momento. Le hicieron una foto y la
encerraron sin que los psicólogos la examinaran demasiado, con el testimonió
exagerado de los vecinos fue suficiente. El tramite fue rápido y la pequeña de
ocho años fue arrastrada con fuerza y casi lanzada y empujada hasta la
habitación donde permanece encerrada mientras escribo estas líneas.
Pero yo he decidido
que eso cambie. Porque a fin de cuentas ¿acaso hizo algo malvado o perverso la
pobre? Y si lo hizo ¿no fue impulsada por el miedo y la incomprensión? ¿No fue
un acto de autodefensa? ¿No fue la propia vida la que castigo injusta a un ser
de tan bella sonrisa? ¿No fue victima de la injusticia?
He conseguido
dibujar un plano bastante preciso del hospital, además he sobornado
generosamente al conserje para que mantenga la boca cerrada y se olvide un
momento de las llaves de la puerta del hospital. Esta noche cuando todo el
mundo duerma ella y yo huiremos de la crueldad del mundo y crearemos un nuevo
mundo junto.
Cuando leas esto
ella y yo estaremos fuera, en ese mundo que le fue negado cuando era joven.
Sonriendo otra vez cueste lo que cueste, aunque eso signifique más
derramamiento de sangre.
Escrito por el "El caminante Anónimo" (Víctor Heavenhell) dueño del blog http://elcaminoentrebrumas.blogspot.com.es/
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